Boca abajo mi cuerpo desnudo yace tendido en una alfombra de hojas secas, vistiendose de oscuridad con el manto de una noche cerrada mientras la luna creciente ilumina otro cuerpo que, a horcajadas presiona con su peso el lomo de la parte baja de mi espalda y sin mirar, se quien eres.
Tus manos comienzan a acariciarme y tus dedos, derriten la luna en el lienzo de mi espalda, yendo desde mi nuca
hasta mis hombros, desde mis hombros, hasta mis omóplatos,
desde mis omóplatos, hasta mi cintura, desde mi cintura
hasta mi cadera, desde mi cadera hasta el final de mi espalda
y brotan de los besos de tus manos lo que siento
como el dibujo de unas alas finalizado.
Tu cuerpo se inclina sobre el mio y voy notando el resbalar del calor húmedo de tu lengua que teje con los hilos de caramelo de tu saliba las plumas, que van desde mi espina dorsal de dentro hacia fuera, de este a oeste, de norte a sur, poblando mi espalda.
Entrecortada, tu respiracion, precipita la carne de gallina en mi piel, cuando besas suave y despacio la parte de mi cuello que la mejilla derecha deja al descubierto y girándome de frente a ti, encuentro tus oscuras pupilas que parecen un trozo de carbón a punto de prender.
Acerco mi boca a tus labios, hasta que nuestras salibas se confunden, se reconocen, se aprenden y cuando mi beso termina, solo, sigues mirándome, y en un silencio sepulcral comienzas a aullar y conforme tu aullido va llenando de un sonido armonioso, la noche, mi espalda comienza a quemarme, cuanto mas aullas, mas me arde, hasta que me doy cuenta, de que aquello que has cincelado con tus manos y tu saliba, son mis plumas que van cobrando vida, una a una y con cada aullido, se van encendiendo con toda la intensidad y los colores del fuego, hasta que termino desplegando unas poderosas alas, que bato con fuerza y levanto el vuelo llevándote sobre mi, hasta llegar al mismísimo regazo, de esa luna creciente, donde mi cuerpo encaja perfectamente.
Me miras sin sorpresa en tus ojos, y con una sonrisa en la boca, me susurras: -Tu, siempre has tenido la luna en tu piel- y tomándome por la cintura, tiras de mi, poniéndome a tu lado, y yo, enredo, tus piernas a las mías, mientras tu boca se acerca a mis labios reconociendo los pliegues, haciéndoles cosquillas, hasta conseguir que los abra, para que nuestras lenguas inventen un juego, solo nuestro, donde, la textura y el sabor de las dos naturalezas que nos complementan se dejan caer la una en los brazos de la otra, solo, dejandose conocer, sin la necesidad de comprenderse.
En ese momento, siento la imperiosa necesidad de arroparte con mis alas, que se han vuelto del color incandescente de la luna, y nos envuelven a los dos, como si ese solo hecho, tuviera el poder de curar aquellas heridas que ambos tenemos y que no habíamos querido que el uno viese del otro.
Escrito por Yolanda bueno melado el 22-03-15
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